El sábado hice puenting.
Descubrí que lo peor no es caer, ni aceptar participar en tal aventura, ni tirarse.
No me faltó valor, ni presencia de ánimo, ni audacia ni las ideas y las ganas claras de hacerlo.
Descubrí que lo peor es la libertad de escoger el momento.
El monitor contaba uno, dos, tres, decía tu nombre y entonces tú saltabas. Te daban tres oportunidades y si no saltabas a la tercera te retirabas y no te devolvían el dinero.
Ya antes de saltar yo tenía claro que si dejaba pasar la primera oportunidad, luego no vería claro el momento de saltar y podrían pasar las tres veces, y yo no quería eso, yo quería saltar.
Lo que no sabía es el tiempo tan largo que puede pasar a lo largo de tu nombre. Entendí por primera vez el asunto de los límites que "tienden" a cero: ¿me tiraba en la A, en la NA o cuando hubieran acabado los ecos (que los hay, aunque habitualmente no se escuchen)?¿cuando el monitor lo dijera, cuando me llegara al oído, cuando me llegara al cerebro, cuando me llegara al cerebro respiraba y me tiraba? no había un punto 0.
Y daba miedo elegir. No tirarse, no. Elegir el momento de tirarse.
Vi que desde mí podría enzarzarme en "casi momentos": a la una, a las dos, a las dos y media.....cuando el sol me de en los ojos...cuando esté preparada....cuando los sapos bailen flamenco... En ningún momento falló el deseo y la resolución de saltar: el problema era el miedo a elegir momento de lanzarse.
Me salvó el concepto de obediencia ciega. En un microsegundo apeé el mando sobre mi misma y mi capacidad de autogestión, y obedecí ciegamente al monitor: no hay nada que pensar y se hace. Lo demás no es peor que el parque de atracciones, o el rock and roll acrobático.
Es el día en el que he entendido que un buen sargento autoritario y de palabra áspera es en el fondo una buena madre que se hace cargo de tu miedo a la libertad, y te libera del peso de decidir el momento a la hora de entrar en combate.Entiendo por qué el ejército pueda aportar seguridad en la vida de uno.
Entiendo también que las mujeres nos equivocamos al esperar de los hombres una decisión para sentirse amada, como darte un beso, comprometerse... pidiéndole además que escoja cuál camino. Entiendo también por qué triunfan las doña Conchas, marimandonas y rodillo en mano. Yo también quiero una.
Entiendo también que no tengo remedio: no sería capaz de retirarle a nadie el respeto a su libre albedrío, ni siquiera para ayudarle a tirarse por un puente, aunque entienda que hasta yo puedo agradecerlo.
Buenos días, estrellas.
Canción de Solveig, E. Grieg
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