Este novio era un chico muy majo, pero tenía miedo de no ser el más impresionantemente macho de todos los tiempos. Hizo todo lo que pudo por rellenar ese miedo, se puso fuerte como un roble, escalaba las más altas montañas, pero lo que necesitaba poseer de verdad era la rendida admiración femenina. No echaba cuentas de que había conseguido el amor de un espíritu grande de verdad, porque una vez conseguidas las cimas las hacía nada: si él lo había conseguido es que no era tan impresionante. La necesidad de convencerse de su hombría le llevó a poner a su amor a prueba por tratar de conseguir otro galón.Y tuvo que sufrir dolor: volvió a su casa afrentado por el rechazo de la rubia de la noche, porque su alma era de otro. Rechazo que se hizo hiriente y despreciativo cuando la rubia se enteró que tenía novia, que dicha novia estaba presente y además era precisamente la chica del espíritu grande.
Esta rubia también era un alma noble, pero era muy bruta. Su espíritu ardía con la energía indomable de la llama, y cuando se apasionaba no medía nunca. Conceptos como prudencia, momento oportuno o conveniencias eran arrollados al paso de su anhelo. Amaba a un hombre, y sin dar espacio a las medias tintas, en su manera de ver las cosas, o se daba todo o era nada. Probablemente debido a ello, fue en ocasiones mal recibida, y empezó a tener miedo de no ser querida. Aprendió a aproximarse de lado, como los cangrejos, a usar la cautela y el disimulo, el disfrazar las cosas. En vez de hablar con su amor, hacía amigos para poder acercarse "casualmente". Como se traslucía su empeño en caer bien, había quien equivocaba sus intenciones. Y tuvo que sufrir dolor. El hombre al que amaba apenas le dejaba darle las buenas tardes. Y mucho menos viendo lo mal que trataba a cuantos tenían la osadía de decirle un par de requiebros. Y mucho menos viendo cuántos querían decirle requiebros.
Este hombre era un ser luminoso, pero había perdido la noción de su luz. Su desasosiego interior era tal, que no daba crédito a su propia apreciación de las cosas y seguía la corriente de la opinión más autorizada. Temía ser reprobado, expresarse, seguir su corazón y ser mal mirado por ello. Pero también temía no ser brillante e interesante, apreciado por su entorno. Había perdido su propia guía interior por un mal amor, alguien que no supo quererle por como era y le hizo sentir insuficiente por no ser como ella creía merecerse. Le enseñó a desconfiar de su buena estrella cuando se la encontraba, a temer que sólo estaba soñando y se iba a despertar con un mal golpe. A pedir pruebas que constatasen de manera fehaciente y demostrable a los otros que no se estaba dejando llevar por fantasías inmaduras. A no amar sin tener la venia social. A no recibir amor sin preguntarse qué buscaban de él esta vez. A salir corriendo apenas se conmovía para que no tener que despertarse a la cruda realidad. A encerrar bajo siete llaves su vulnerabilidad, sus emociones espontáneas, su deseo de ser amado. Y tuvo que sufrir dolor. Por su alma perdida. Por el amor y la alegría echados a perder. Por no atreverse a aferrar lo que necesitaba, lo que una vez fue su derecho natural y su territorio".
Y ahora tened los cojones de decirme que el miedo no es un pecado capital.
Creo que el miedo no es el pecado capital...sino la cobardía, que es además el pecado original: Fijaos en Adán.
ResponderEliminarBuena...Muy fina, Sarita. Te lo concedo, sin duda
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