jueves, 17 de mayo de 2012

Desde la corte de Heian, s. XI, by Lady Onogoro


" Hubo una vez un cortesano infiel que engañó a su amante con tres mujeres diferentes en una noche. Una de las mujeres, sirvienta de la señora, se lo confesó llorando, y esta, que había tenido suficiente de las tonterías de su amante, concibió un plan para deshacerse de él.
Con la siguiente visita del cortesano, fingiendo una actitud dulce y confiada, ella le rogó que la acompañara a la cámara donde se mezclaban los perfumes, con el pretexto de confeccionar un aroma que fuera exclusivamente de ellos. El cortesano, que se jactaba de ser un conocedor del arte del perfumista, la siguió ansioso a la cámara de mármol donde hervían los recipientes de las mezclas, largas tiras de hojas de angélica se secaban colgadas y pétalos de vellorita nocturna entregaban sus aceites bajo la presión de grandes planchas de hierro.
Nunca antes había olido el cortesano tal confluencia de aromas y sus narices se estremecieron con la armonía de arvejillas y violetas, de madreselva y bálsamo de limón y jacinto silvestre. Al pasar cerca del mortero tomó entre los dedos una pizca de polvo de nuez moscada y clavo de olor; y aplastó los cristales de la corteza del árbol de alcanfor, recitando, mientras lo hacía, trozos de poemas que le parecían relevantes, porque, debemos decirlo, trozos es todo lo que podía recordar.
Ocultando su desprecio ante tanta complacencia de sí mismo, la dama abrazó a su amante con pasión y le prometió una sensación enteramente nueva. Intrigado, el cortesano fue fácilmente persuadido de quitarse la ropa y tenderse sobre una túnica que su amante había colocado en el suelo.
La dama comenzó con gotas de lirio y clavo de olor sobre las sienes del cortesano, y procedió hacia la blanda hendidura de la base del cuello, que recibió la potente esencia del caléndula. Bajo las axilas puso milenrama y genciana y continuó con sus gentiles atenciones hasta que hubo distribuído fragancias en todo el cuerpo extasiado de su amante.
Sin embargo, lo que la dama sabía es que, tal como un exceso de yin se transforma en el principio yang opuesto, así ciertas dosis de esencias de flores curativas y estimulantes pueden tomar un aspecto negativo.
Una vez más inclinó sus frascos sobre el cuerpo del cortesano, y la mostaza sumió a su amante en una profunda melancolía sin origen, y la mimosa lo llenó de temor a la enfermedad y sus consecuencias, y el pino alerce lo convenció del fracaso, y el acebo aguijoneó su corazón con envidioso enojo, y la madreselva trajo lágrimas de nostalgia a sus ojos.
El brezo, añadido en cierta proporción secreta, exageró al extremo los disgustos más mínimos, y el enebro lo desanimó, y la clemátide lo aturdió, y el olmo lo agobió con deficiencias y la manzana silvestre lo convenció de que era impuro. El botón de castaña le provocó el recuerdo compulsivo de sus muchos errores, y el sauce le causó resentimiento de la buena fortuna del prójimo, y el álamo lo hizo sudar y temblar de vagas aprensiones y el ciruelo le convenció de que su mente fallaba, y la rosa silvestre lo resignó a la apatía, de modo que ya no le importó si vivía o moría, pero hubiera preferido, de una vez por todas, lo último.
Satisfecha de haberlo preparado hasta ese punto, la dama administró dos toques más de manzana silvestre en sus sienes para exacerbar el odio de sí mismo. Desvanecido de desprecio por sí mismo, su amante le rogó que le diera una dosis fatal para pagar así todos sus crímenes contra ella. La dama, viendo al cortesano vencido en sus brazos, se apiadó de su tormento y puso una gota de acónito en su lengua impaciente.
Y así murió el amante infiel, desnudo y aliviado, y desde la muerte del mismísimo Príncipe Luminoso no hubo otro cuerpo tan fragante en su funeral".
Moraleja: aprended a distinguir a un mal terapeuta o a un terapeuta malo antes de poneros en sus manos.
Suerte que soy buena. Os dejo un  poquito de ópera. Pasad del karaoke, se escucha mejor cuando no sabes lo que dice.
un bel di vedremo


sábado, 12 de mayo de 2012

Another day for you&me in paradise

Hoy toca otra vez un cuento. Es de Herman Hesse, y se titula "La metamorfosis de Pictor". Espero que os guste, parece tener final feliz.


"Apenas había caminado unos pasos por el paraíso cuando Píctor se dio de bruces con un árbol que era hombre y mujer a la vez. Saludó al árbol con deferencia y dijo:
 -¿Eres tú el árbol de la vida?

Pero cuando vio que quien se aprestaba a responder era la serpiente en lugar del árbol, dio media vuelta y prosiguió su camino. Era todo ojos: ¡le gustaba todo tanto! Sintió intensamente que se encontraba en la fuente y origen de la vida.

Se topó con otro árbol, que era sol y luna a la vez. Y dijo Píctor:
 -¿Eres tú el árbol de la vida?
 El sol asintió riendo, la luna asintió sonriendo.

Las flores más maravillosas le miraban, con los colores y reflejos más variados, con los ojos y los rostros más diversos. Algunas asentían riendo, otras asentían sonriendo, otras no asentían ni sonreían: callaban arrobadas, ensimismadas, como en su propio aroma ahogadas. Una cantaba la canción de las lilas, otra la canción de cuna azul marino. Una flor tenía unos inmensos ojos azules, otra le recordó a su primer amor. Una olía al jardín de la infancia, su perfume suave resonaba como la voz de su madre. Otra se burló de él y le sacó la lengua, una lengua muy roja y arqueada. La lamió, tenía un sabor fuerte y silvestre, sabía a resina y a miel, y también a beso de mujer

 Allí estaba Píctor, entre todas las flores, desbordante de nostalgia y de temerosa alegría. Su corazón apesadumbrado latía con fuerza, como si fuera una campana; ardía en deseo por lo desconocido, presintiendo un encantamiento.

 Píctor vio un pájaro sentado, lo vio en la hierba posado, y de mil colores pintado; de todos los colores parecía el hermoso pájaro estar dotado. Preguntó al hermoso pájaro multicolor:
-Dime, ¡oh, pajaro! ¿Dónde está la felicidad?
-La felicidad -dijo el hermoso pájaro riendo con su pico de oro-, la felicidad, amigo mío, no hay donde no se halle, en la montaña y en el valle, y se encuentra por un igual en la flor y en el cristal.
Tras estas palabras, el pájaro risueño sacudió su plumaje, estiró el cuello, meneó la cola, guiñó el ojo, volvió a reír, y después permaneció inmóvil, sentado en la hierba y, mira por donde, el pájaro quedó convertido en una flor multicolor, sus plumas transformadas en hojas y sus patas en raíces. Con sus resplandores, y el fulgor de sus colores, era ahora flor entre las flores. Píctor se lo quedó mirando maravillado.
Y justo después, el pájaro-flor sacudió sus hojas y sus hilos de polvo, ya estaba harto del reino de las flores. Dejó de tener raíces, se movió con suavidad, y lentamente se elevó por los aires; se había convertido en una mariposa que se balanceó sin peso ni luz, como un ente reluciente, de rostro resplandeciente. Píctor abría ojos como platos.
Pero la nueva mariposa, el risueño pájaro-flor-mariposa multicolor de rostro resplandeciente, revoloteó en torno al asombrado Píctor, relampagueó con el sol, y después se dejó suavemente caer como un copo ingrávido a tierra, pegadito a los pies de Píctor, respiró tiernamente, se estremeció ligeramente agitando sus alas deslumbrantes, y en el acto se transformó en un cristal de colores cuyas aristas despedían una luz rojiza. Sobre la hierba verde, la gema rojiza resplandecía maravillosamente con la claridad de un alegre repique de campanas. Pero parecía como si su hogar, las entrañas de la tierra, la estuviera llamando, pues muy pronto se volvió diminuta, a punto de desaparecer.

Entonces Píctor, presa de un deseo irresistible, se apoderó de la piedra minúscula. Maravillado contemplaba su mágico resplandor que parecía un anticipo de todas las dichas que iban a colmar su corazón.
De repente la serpiente se enroscó en la rama de un árbol muerto y le susurró al oído:
-Esta piedra te metamorfaseará en lo que tú quieras. Dile rápido tu deseo, ¡antes de que sea tarde!
Píctor se sobresaltó y tuvo miedo de que se le escapara su felicidad. Rápidamente pronunció la palabra y se metamorfoseó en árbol. Pues ya había soñado alguna vez con ser árbol, porque los árboles le parecían la encarnación de la placidez, de la fuerza y de la dignidad.

Píctor se convirtió en árbol. Sus raíces se hundieron en la tierra y creció en altura, y de sus miembros brota ron ramas y hojas. Estaba la mar de satisfecho con su suerte. Sus fibras sedientas absorbieron el frescor profundo de la tierra y sus hojas ligeras se mecieron allá arriba en el azul del cielo. Los insectos instalaron su morada en su corteza, a sus pies anidaron liebres y erizos, y pájaros en sus ramas.
El árbol Píctor era feliz y no contaba los años que iban transcurriendo. Pasaron muchos antes de que se diera cuenta de que su felicidad no era perfecta. Poco a poco, sólo lentamente, fue aprendiendo a considerar las cosas con ojos de árbol. Por fin, acabó viéndolo todo claro y se puso triste.
Vio que casi todos los seres a su alrededor, en el paraíso, se metamorfoseaban con frecuencia, e incluso que todo discurría en una corriente mágica de eterna metamorfosis. Vio flores que se transformaban en piedras preciosas, o que alzaban el vuelo convertidas en resplandecientes pájaros. Vio muy cerca de él a muchos árboles que de repente desaparecían: uno se había fundido en un manantial, otro se había transformado en cocodrilo, otro, convertido en pez, nadaba alegre y feliz, desbordante de voluptuosos deseos, y pletórico se lanzaba a nuevos juegos con renovadas energías. Había elefantes que intercambiaban su ropaje con rocas, y jirafas su cuerpo con flores.
Pero él, el árbol Píctor, permanecía inalterable, él no podía ya metamorfosearse. Desde que había tomado conciencia de su inmutabilidad, toda su felicidad se había volatilizado; empezó a envejecer, y cada vez fue adoptando más y más esa actitud cansada, seria y preocupada que suele observarse en la mayoría de los árboles viejos. También suele observarse en los caballos, los pájaros, los humanos y en todas las criaturas: cuando no poseen el don de metamorfosearse, se sumen con el tiempo en la tristeza y en la preocupación y acaban perdiendo su belleza y hermosura.

 Pero un día pasó por aquel rincón del paraíso una joven de rubios cabellos vestida de azul. Entre canciones y bailes, la hermosa rubia corría entre los árboles, y hasta entonces jamás se le había ocurrido plantearse si deseaba poseer el don de la metamorfosis.
Más de un mono sabio sonreía a sus espaldas, algunos matorrales la acariciaban con sus ramas, algún que otro árbol le tiraba una flor, o una nuez, o una manzana sin que ella le hiciera el más mínimo caso.
Cuando el árbol Píctor vio a la joven, una nostalgia inmensa se apoderó de él, un ansia de felicidad como no la había conocido hasta entonces. Y al mismo tiempo se sumió en una profunda reflexión, pues le pareció oír su propia sangre que le gritaba:
-¡Acuérdate! Acuérdate de toda tu existencia en este momento. Encuéntrale el sentido, si no será demasiado tarde y nunca jamás volverás a encontrar la felicidad.
Y obedeció. Lo recordó todo, su origen, sus años de ser humano, su mudanza al paraíso y muy particularmente aquel instante en el que se había metamorfoseado en árbol, aquel instante maravilloso en el que había tenido la piedra mágica en la palma de la mano. En aquel momento, cuando todas las posibilidades de metamorfosis se abrían ante él, ¡nunca antes había ardido así en su interior la vida! Pensó en el pájaro que se había reído, en el árbol que era sol y luna a la vez: tuvo entonces la intuición de que antaño algo se le había escapado, de que había olvidado algo y de que la serpiente no le había aconsejado bien.

La muchacha oyó un murmullo en las hojas del árbol Píctor. Alzó la mirada y la embargaron, con un repentino dolor de corazón, nuevos pensamientos, nuevas ansias, nuevos sueños que despertaban dentro de su ser. Impulsada por una fuerza desconocida, se sentó al pie del árbol. Le pareció muy solitario, solitario y triste, no obstante hermoso, conmovedor y noble en su silenciosa tristeza; seductora le sonó la suave melodía del murmullo tembloroso de su copa. Apoyó su cuerpo contra el tronco rugoso, sintió que el árbol se estremecía profundamente, sintió el mismo estremecimiento en su propio corazón. Un extraño dolor percibió en su corazón; corrían las nubes por el cielo de su alma; y lentamente unas lágrimas pesadas fluyeron de sus ojos. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué anhelaba su corazón salírsele del pecho para saltar hacia él y fundirse en él, en el hermoso árbol solitario?
El árbol se estremeció suavemente hasta la raíz, debido al esfuerzo realizado para concentrar toda su fuerza vital y proyectarla hacia la muchacha, en el abrasador anhelo de la unión. ¡Ay! ¡Haberse dejado engañar por la serpiente y haberse convertido para siempre en un árbol solitario! ¡Qué ciego, qué insensato había sido! ¿Acaso tan ignorante había sido, tan ajeno al secreto de la vida había permanecido? No, ya lo había intuido oscuramente entonces, confusamente ya lo había presentido -¡ay, con qué pesar recordó y comprendió entonces al árbol que era hombre y mujer a la vez!

 Pasó volando un pájaro, era rojo y verde el pájaro que pasó, y alrededor del árbol voló, el hermoso y valiente pájaro. La muchacha lo siguió con la mirada, vio que de su pico caía algo, rojo como la sangre, rojo como las brasas, que caía y relucía en la hierba verde, con unos destellos rojos tan poderosos que la muchacha se agachó, y en la hierba la piedra roja recogió. Era un carbunclo, era un rubí, y donde hay un carbunclo, oscuridad no puede haber allí.
Apenas la muchacha hubo recogido la piedra mágica en su mano blanca que el deseo anhelado que henchía su corazón se realizó. La joven se volatilizó, se fundió, formó una sola cosa con el árbol. Una rama joven y vigorosa brotó del tronco y deprisa se disparó hacia arriba hasta él.

Ahora todo estaba como ha de estar, todo estaba en su lugar, el mundo estaba en orden, por fin había encontrado el paraíso. Píctor dejó de ser un árbol viejo y preocupado. Ahora cantaba a voz en grito: ¡Pictoria! ¡Victoria.'
Estaba metamorfoseado. Y debido a que, esta vez, por fin había sabido encontrar la metamorfosis eterna, debido a que de una mitad había hecho un todo, a partir de aquel momento podía seguir metamorfoseándose cuanto quisiera. La corriente mágica del devenir fluyó perenne por sus venas y para siempre formó parte de la constante y permanente creación eterna.

 Se transformó en ciervo, se transformó en pez, se transformó en ser humano y en serpiente, y también en nube y en pájaro. Pero bajo cualquier apariencia, siempre formó un todo, una pareja, sol y luna, hombre y mujer, y como ríos gemelos fluyó a través de las tierras y como estrellas gemelas brilló en el firmamento."

lunes, 7 de mayo de 2012

Dance me to the end of love


La diosa Khali, la de los cabellos enmarañados y sueltos, la que no se molesta en cubrirse, a caballo en un fantasma. La de la lengua larga y fiera. La que ya se puso negra ante la iniquidad. La de la justicia arrasadora. A la que adornan las calaveras de los demonios que no pudieron con ella. La sucesión de nubes negras que anuncian el fin del mundo de los que no son criaturas de Dios.
Una de las siete lenguas que emanan de Agni, el dios del fuego. Una forma de energía esencial.
Esposa de Shiva, porque cuando se desencadena, tornando a su ser salvaje y descontrolado, sólo Shiva es capaz de domesticarla, porque sólo él es capaz de emparejar su ferocidad; sólo èl es capaz de desafiarla a la danza silvestre y aventajarla, sólo él es tan valiente que es capaz de aparecer como un bebé que llora, perfectamente vulnerable y necesitado, y excitar así su maternidad; sólo él bailaría junto con ella hasta el frenesí más salvaje. Sólo él es capaz de caer bajo sus plantas mientras ella sigue bailando hipnotizada por el éxtasis de su propia danza convocadora de vientos, cuando necesita galopar en el caos, incapaz de refrenar su propia lengua, el estallido de la liberación de su ser encadenado expresándose al fin libre.
La reina del caos a la que no se puede mirar a la cara sin verse primero atraído y luego absorbido hacia su vórtice, en el que sólo los valientes que saben confiar en la belleza de sus instintos de viento serán capaces de extraer el amor y la extremada sabiduría que trae consigo.

Emanada de la frente de Durgá, la de la larga trenza y el sari rojo, la llena de amor maternal, la difícil de acercarse, la inalcanzable y asesina de demonios codiciosos. La de las mil manos disponibles, todas las necesarias, pero también el instinto de madre depredadora que no habrá de negociar cuando el cachorro se vea amenazado. La del don para detectar el mal asomando tras los ojos de los humanos. La que no le tiembla la mano ante la purga necesaria, la depuración, el exorcismo de todo su mundo.
También llamada "el arroyo de montaña" que corre libre y sin gobierno, pura y exuberante; hija de los montes Himalaya. madre de Ganesh, el que todo recuerda y de Skanda, el dios de la guerra. Su madre una vez le dijo "oh hija, no te contengas", y a partir de entonces ese fue su nombre. La Incontenible.
La Gran Diosa, suma y combinación de todas las pequeñas diosas que alguna vez han sido y serán.
Gran Madre de todos los danzantes.
Dance me to the end of love