Hoy es el primer día de invierno.
El frío, la nieve, la Navidad. Los cielos oscuros, las noches largas.
También las caras rojas, los dedos helados que calienta un chocolate caliente. La pereza de salir que arropa un un buen libro. El acurruque bajomanta, los recios cocidos, madrileños o leoneses.
Pero también las guerras de bolas, los pies mojados de pasárselo bien. El aliento visible, probar a hacer anillos de humo mientras esperas tu café en el bar. Los saltitos para mantener los pies calientes en la parada del autobús, la calefacción a todo lo que da en el coche. La decencia obligada por el clima, o el triunfo del glamour minifaldero sobre cualquier consideración humana (o inhumana). Cobijar la nariz en la bufanda.
La gripe obligándonos a reconocer que necesitamos descanso, abrazos y cuidados. Los caldos de pollo que caldean el estómago y el espíritu, el olor del zumo de naranja que alguien prepara para que te cures, la infusión de orégano, la aspirina con café cada ocho horas, los vahos con eucalipto, la leche caliente con miel y coñac para hacerte un rollo debajo de la manta, a sudar y dormir mucho. Los baños calentitos con vinagre y romero para bajar la fiebre.
Navidades, llenas de estrés, emocional y del otro. Enero, como un señor, con días soleados o no, pero siempre resueltos a ser lo que han decidido ser. Febrero, enloquecido con días que nunca se sabe como se tornarán. Marzo. Bendito marzo.
Hoy es el primer día de invierno, y bueno será que haya venido. No podía ser todo primavera enloquecida.
Es tiempo de cipreses. De silencio en los bosques de pinos, en los parques. De llorar por los muertos del arcén. De recuperar fuerzas, de hacer inventario de superpoderes, y restaurarlos con amor antes de volver a la batalla.
Os dejo una canción para poneros en situación:
Feliz Invierno. O Yule. O hibernación. O como querais llamarlo.
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