martes, 21 de febrero de 2012

La sirena

Hoy, como escribo de noche, os voy a dejar un cuento para antes de dormir. Es de Ray Bradbury, en principio un escritor de ciencia ficción, pero este cuento no es de ciencia ficción. Yo lo calificaría como uno de los escritos más redondos que se han hecho, y penetrante como la vida misma. Se titula "La sirena":
"Allá afuera en el agua helada, lejos de la costa, esperábamos todas las noches la llegada de la niebla, y la niebla llegaba, y aceitábamos la maquinaria de bronce, y encendíamos los faros de niebla en lo alto de la torre. Como dos pájaros en el cielo gris, McDunn y yo lanzábamos el rayo de luz, rojo, luego blanco, luego rojo otra vez, que miraba los barcos solitarios. Y si ellos no veían nuestra luz, oían siempre nuestra voz, el grito alto y profundo de la sirena, que temblaba entre jirones de neblina y sobresaltaba y alejaba a las gaviotas como mazos de naipes arrojados al aire, y hacía crecer las olas y las cubría de espuma.

-Es una vida solitaria, pero uno se acostumbra, ¿no es cierto? -preguntó McDunn.
-Sí -dije-. Afortunadamente, es usted un buen conversador.
-Bueno, mañana irás a tierra -agregó McDunn sonriendo- a bailar con las muchachas y tomar ginebra.
-¿En qué piensa usted, McDunn, cuando lo dejo solo?
-En los misterios del mar.
McDunn encendió su pipa. Eran las siete y cuarto de una helada tarde de noviembre. La luz movía su cola en doscientas direcciones, y la sirena zumbaba en la alta garganta del faro. En ciento cincuenta kilómetros de costa no había poblaciones; sólo un camino solitario que atravesaba los campos desiertos hasta el mar, un estrecho de tres kilómetros de frías aguas, y unos pocos barcos.
-Los misterios del mar -dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?
Me estremecí. Miré las grandes y grises praderas del mar que se extendían hacia ninguna parte, hacia la nada.
-Oh, hay tantas cosas en el mar. -McDunn chupó su pipa nerviosamente, parpadeando. Estuvo nervioso durante todo el día y nunca dijo la causa-. A pesar de nuestras máquinas y los llamados submarinos, pasarán diez mil siglos antes de que pisemos realmente las tierras sumergidas, sus fabulosos reinos, y sintamos realmente miedo. Piénsalo, allá abajo es todavía el año 300,000 antes de Cristo. Cuando nos paseábamos con trompetas arrancándonos países y cabezas, ellos vivían ya bajo las aguas, a dieciocho kilómetros de profundidad, helados en un tiempo tan antiguo como la cola de un cometa.
-Sí, es un mundo viejo.
-Ven. Te reservé algo especial.
Subimos con lentitud los ochenta escalones, hablando. Arriba, McDunn apagó las luces del cuarto para que no hubiese reflejos en las paredes de vidrio. El gran ojo de luz zumbaba y giraba con suavidad sobre sus cojinetes aceitados. La sirena llamaba regularmente cada quince segundos.
-Es como la voz de un animal, ¿no es cierto? -McDunn se asintió a sí mismo con un movimiento de cabeza-. Un gigantesco y solitario animal que grita en la noche. Echado aquí, al borde de diez billones de años, y llamando hacia los abismos. Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. Y los abismos le responden, sí, le responden. Ya llevas aquí tres meses, Johnny, y es hora que lo sepas. En esta época del año -dijo McDunn estudiando la oscuridad y la niebla-, algo viene a visitar el faro.
-¿Los cardúmenes de peces?
-No, otra cosa. No te lo dije antes porque me creerías loco, pero no puedo callar más. Si mi calendario no se equivoca, esta noche es la noche. No diré mucho, lo verás tú mismo. Siéntate aquí. Mañana, si quieres, empaquetas tus cosas y tomas la lancha y sacas el coche desde el galpón del muelle, y escapas hasta algún pueblito del mediterráneo y vives allí sin apagar nunca las luces de noche. No te acusaré. Ha ocurrido en los últimos tres años y sólo esta vez hay alguien conmigo. Espera y mira.
Pasó media hora y sólo murmuramos unas pocas frases. Cuando nos cansamos de esperar, McDunn me explicó algunas de sus ideas sobre la sirena.
-Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: "Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a ti toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la brevedad de la vida".
La sirena llamó.
-Imaginé esta historia -dijo McDunn en voz baja- para explicar por qué esta criatura visita el faro todos los años. La sirena la llama, pienso, y ella viene...
-Pero... -interrumpí.
-Chist... -ordenó McDunn-. ¡Allí!
-Señaló los abismos.
-Algo se acercaba al faro, nadando.
Era una noche helada, como ya dije. El frío entraba en el faro, la luz iba y venía, y la sirena llamaba y llamaba entre los hilos de la niebla. Uno no podía ver muy lejos, ni muy claro, pero allí estaba el mar profundo moviéndose alrededor de la tierra nocturna, aplastado y mudo, gris como barro, y aquí estábamos nosotros dos, solos en la torre, y allá, lejos al principio, se elevó una onda, y luego una ola, una burbuja, una raya de espuma. Y en seguida, desde la superficie del mar frío salió una cabeza, una cabeza grande, oscura, de ojos inmensos, y luego un cuello. Y luego... no un cuerpo, sino más cuello, y más. La cabeza se alzó doce metros por encima del agua sobre un delgado y hermoso cuello oscuro. Sólo entonces, como una islita de coral negro y moluscos y cangrejos, surgió el cuerpo desde los abismos. La cola se sacudió sobre las aguas. Me pareció que el monstruo tenía unos veinte o treinta metros de largo.
No sé qué dije entonces, pero algo dije.
-Calma, muchacho, calma -murmuró McDunn.
-¡Es imposible! -exclamé.
-No, Johnny, nosotros somos imposibles. Él es lo que era hace diez millones de años. No ha cambiado. Nosotros y la Tierra cambiamos, nos hicimos imposibles. Nosotros.
El monstruo nadó lentamente y con una gran y oscura majestad en las aguas frías. La niebla iba y venía a su alrededor, borrando por instantes su forma. Uno de los ojos del monstruo reflejó nuestra inmensa luz, roja, blanca, roja, blanca, y fue como un disco que en lo alto de una mano enviase un mensaje en un código primitivo. El silencio del monstruo era como el silencio de la niebla.
Yo me agaché, sosteniéndome en la barandilla de la escalera.
-¡Parece un dinosaurio!
-Sí, uno de la tribu.
-¡Pero murieron todos!
-No, se ocultaron en los abismos del mar. Muy, muy abajo en los más abismales de los abismos. Es ésta una verdadera palabra ahora, Johnny, una palabra real; dice tanto: los abismos. Una palabra con toda frialdad y la oscuridad y las profundidades del mundo.
-¿Qué haremos?
-¿Qué podemos hacer? Es nuestro trabajo. Además, estamos aquí más seguros que en cualquier bote que pudiera llevarnos a la costa. El monstruo es tan grande como un destructor, y casi tan rápido.
-¿Pero por qué viene aquí?
En seguida tuve la respuesta.
La sirena llamó.
Y el monstruo respondió.
Un grito que atravesó un millón de años, nieblas y agua. Un grito tan angustioso y solitario que tembló dentro de mi cuerpo y de mi cabeza. El monstruo le gritó a la torre. La sirena llamó. El monstruo rugió otra vez. La sirena llamó. El monstruo abrió su enorme boca dentada, y de la boca salió un sonido que era el llamado de la sirena. Solitario, vasto y lejano. Un sonido de soledad, mares invisibles, noches frías. Eso era el sonido.
-¿Entiendes ahora -susurró McDunn- por qué viene aquí?
Asentí con un movimiento de cabeza.
-Todo el año, Johnny, ese monstruo estuvo allá, mil kilómetros mar adentro, y a treinta kilómetros bajo las aguas, soportando el paso del tiempo. Quizás esta solitaria criatura tiene un millón de años. Piénsalo, esperar un millón de años. ¿Esperarías tanto? Quizás es el último de su especie. Yo así lo creo. De todos modos, hace cinco años vinieron aquí unos hombres y construyeron este faro. E instalaron la sirena, y la sirena llamó y llamó y su voz llegó hasta donde tú estabas, hundido en el sueño y en recuerdos de un mundo donde había miles como tú. Pero ahora estás solo, enteramente solo en un mundo que no te pertenece, un mundo del que debes huir. El sonido de la sirena llega entonces, y se va, y llega y se va otra vez, y te mueves en el barroso fondo de los abismos, y abres los ojos como los lentes de una cámara de cincuenta milímetros, y te mueves lentamente, lentamente, pues tienes todo el peso del océano sobre los hombros. Pero la sirena atraviesa mil kilómetros de agua, débil y familiar, y en el horno de tu vientre arde otra vez el juego, y te incorporas lentamente, lentamente. Te alimentas de grandes cardúmenes de bacalaos y de ríos de medusas, y subes lentamente por los meses de otoño, y septiembre cuando nacen las nieblas, y octubre con más niebla, y la sirena todavía llama, y luego, en los últimos días de noviembre, luego de ascender día a día, unos pocos metros por hora, estás cerca de la superficie, y todavía vivo. Tienes que subir lentamente: si te apresuras; estallas. Así que tardas tres meses en llegar a la superficie, y luego unos días más para nadar por las frías aguas hasta el faro. Y ahí estás, ahí, en la noche, Johnny, el mayor de los monstruos creados. Y aquí está el faro, que te llama, con un cuello largo como el tuyo que emerge del mar, y un cuerpo como el tuyo, y, sobre todo, con una voz como la tuya. ¿Entiendes ahora, Johnny, entiendes?
La sirena llamó.
El monstruo respondió.
Lo vi todo..., lo supe todo. En solitario un millón de años, esperando a alguien que nunca volvería. El millón de años de soledad en el fondo del mar, la locura del tiempo allí, mientras los cielos se limpiaban de pájaros reptiles, los pantanos se secaban en los continentes, los perezosos y dientes de sable se zambullían en pozos de alquitrán, y los hombres corrían como hormigas blancas por las lomas.
La sirena llamó.
-El año pasado -dijo McDunn-, esta criatura nadó alrededor y alrededor, alrededor y alrededor, toda la noche. Sin acercarse mucho, sorprendida, diría yo. Temerosa, quizás. Pero al otro día, inesperadamente, se levantó la niebla, brilló el sol, y el cielo era tan azul como en un cuadro. Y el monstruo huyó del calor, y el silencio, y no regresó. Imagino que estuvo pensándolo todo el año, pensándolo de todas las formas posibles.
El monstruo estaba ahora a no más de cien metros, y él y la sirena se gritaban en forma alternada. Cuando la luz caía sobre ellos, los ojos del monstruo eran fuego y hielo.
-Así es la vida -dijo McDunn-. Siempre alguien espera que regrese algún otro que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere. Y al fin uno busca destruir a ese otro, quienquiera que sea, para que no nos lastime más.
El monstruo se acercaba al faro.
La sirena llamó.
-Veamos qué ocurre -dijo McDunn.
Apagó la sirena.
El minuto siguiente fue de un silencio tan intenso que podíamos oír nuestros corazones que golpeaban en el cuarto de vidrio, y el lento y lubricado girar de la luz.
El monstruo se detuvo. Sus grandes ojos de linterna parpadearon. Abrió la boca. Emitió una especie de ruido sordo, como un volcán. Movió la cabeza de un lado a otro como buscando los sonidos que ahora se perdían en la niebla. Miró el faro. Algo retumbó otra vez en su interior. Y se le encendieron los ojos. Se incorporó, azotando el agua, y se acercó a la torre con ojos furiosos y atormentados.
-¡McDunn! -grité-. ¡La sirena!
McDunn buscó a tientas el obturador. Pero antes de que la sirena sonase otra vez, el monstruo ya se había incorporado. Vislumbré un momento sus garras gigantescas, con una brillante piel correosa entre los dedos, que se alzaban contra la torre. El gran ojo derecho de su angustiada cabeza brilló ante mí como un caldero en el que podía caer, gritando. La torre se sacudió. La sirena gritó; el monstruo gritó. Abrazó el faro y arañó los vidrios, que cayeron hechos trizas sobre nosotros.
McDunn me tomó por el brazo.
-¡Abajo! -gritó.
La torre se balanceaba, tambaleaba, y comenzaba a ceder. La sirena y el monstruo rugían. Trastabillamos y casi caímos por la escalera.
-¡Rápido!
Llegamos abajo cuando la torre ya se doblaba sobre nosotros. Nos metimos bajo las escaleras en el pequeño sótano de piedra. Las piedras llovieron en un millar de golpes. La sirena calló bruscamente. El monstruo cayó sobre la torre, y la torre se derrumbó. Arrodillados, McDunn y yo nos abrazamos mientras el mundo estallaba.
Todo terminó de pronto, y no hubo más que oscuridad y el golpear de las olas contra los escalones de piedra.
Eso y el otro sonido.
-Escucha -dijo McDunn en voz baja-. Escucha.
Esperamos un momento. Y entonces comencé a escucharlo. Al principio fue como una gran succión de aire, y luego el lamento, el asombro, la soledad del enorme monstruo doblado sobre nosotros, de modo que el nauseabundo hedor de su cuerpo llenaba el sótano. El monstruo jadeó y gritó. La torre había desaparecido. La luz había desaparecido. La criatura que llamó a través de un millón de años había desaparecido. Y el monstruo abría la boca y llamaba. Eran los llamados de la sirena, una y otra vez. Y los barcos en alta mar, no descubriendo la luz, no viendo nada, pero oyendo el sonido debían de pensar: ahí está, el sonido solitario, la sirena de la bahía Solitaria. Todo está bien. Hemos doblado el cabo.
Y así pasamos aquella noche.
A la tarde siguiente, cuando la patrulla de rescate vino a sacarnos del sótano, sepultados bajo los escombros de la torre, el sol era tibio y amarillo.
-Se vino abajo, eso es todo -dijo McDunn gravemente-. Nos golpearon con violencia las olas y se derrumbó.
Me pellizcó el brazo.
No había nada que ver. El mar estaba sereno, el cielo era azul. La materia verde que cubría las piedras caídas y las rocas de la isla olían a algas. Las moscas zumbaban alrededor. Las aguas desiertas golpeaban la costa.
Al año siguiente construyeron un nuevo faro, pero en aquel entonces yo había conseguido trabajo en un pueblito, y me había casado, y vivía en una acogedora casita de ventanas amarillas en las noches de otoño, de puertas cerradas y chimenea humeante. En cuanto a McDunn, era el encargado del nuevo faro, de cemento y reforzado con acero.
-Por si acaso -dijo McDunn.
Terminaron el nuevo faro en noviembre. Una tarde llegué hasta allí y detuve el coche y miré las aguas grises y escuché la nueva sirena que sonaba una, dos, tres, cuatro veces por minuto, allá en el mar, sola.
¿El monstruo?
No volvió.
-Se fue -dijo McDunn-. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo no se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo planeta. Esperando y esperando.
Sentado en mi coche, no podía ver el faro o la luz que barría la bahía Solitaria. Sólo oía la sirena, la sirena, la sirena, y sonaba como el llamado del monstruo.
Me quedé así, inmóvil, deseando poder decir algo."

lunes, 20 de febrero de 2012

De Carnavales y Cuaresmas


Buenas. 



Cuando era pequeña, este cuadro me gustaba mucho. Tenía toda la imaginería necesaria para gustarme: ángeles oscuros, leones poderosos, caminos no se sabe a dónde..Me alimentaba lo mismo que las "leyendas" de Bécquer o los "Cuentos"  de Edgar A. Poe. Que "Las flores del mal" de Baudelaire. Entra en el mismo saco que  "La canción del pirata" de Espronceda,  ""Heroe de leyenda" de Héroes del Silencio o "Moonlight shadow" de Mike Oldfield...El sentido del drama con estilo. Doce, trece, catorce años como mucho..Supongo que si me hubiera pillado la época, habría entrado también Evanescence y yo habría sido como las hijas de Zapatero, gótica perdida. De hecho, acabo de acordarme de una levita marrón que tuve, con los cuellos de terciopelo. El perfecto atuendo para duelo. No faltaban los guantes de retar, of course. Ni el espíritu tampoco.

Este otro cuadro se titula "La Cascada", y es de René Magritte, como el anterior. Hubo una época en que  me gustaba mucho. Es un pintor surrealista al que me condujo Dalí, por supuesto. Era un surrealismo que yo denominaría mágico, es un poco como te imaginabas de pequeña las películas propias en la cabeza. O como los lugares que encontrabas en el bosque o en el parque para esconderte a jugar a que era un refugio.La parte de las hadas, elfos, trasgos etc. Del Señor de los Anillos, Narnia, La dama de Shalott, de los Cuentos Escogidos, de las leyendas de Camelot, Templarios y lady Greensleves. Qué pequeños hemos sido.

Todo esto viene a cuento, porque creo que ha llegado el momento de abandonar otra piel, y necesito ver que no es la primera vez ni será la última. Necesito abandonar la parte yin. La parte del sentido del drama que dice que uno va montado en el sentir como en una ola irreprimible y no puede hacer nada para ponerle coto. Mentira podrida.
Es cierto que tiene el encanto decadente del opio, que intensifica el placer, que intensifica el dolor, que intensifica la sensación de estar vivo. Que se pasa del cielo al suelo en un relámpago, y viceversa. Pero es mentira, no hay grandeza en el dolor. En bajar de nuevo a las puertas del infierno, al galope, en un trueno, estrellando la sensatez. Y aunque se coge práctica en encontrar la puerta de emergencia del inframundo, hay un momento para alumbrarse a uno mismo con luz de quirófano.
Como en los inviernos muy nublados, llega un momento en el que uno necesita claridad. Por su vida.
Llega la Cuaresma, y tras un último carnaval de rebozarme en la analítica de los sentimientos, empezaré una rigurosa dieta de no mirar lo que siento. No buscaré los mecanismos de mis congojas y gelatinas, dejaré de pasearme por mis paisajes interiores, que no conducen a ninguna parte. Aprovecharé en cambio para hacer en vez de decir, para hacer en vez de proyectar.
Perdonadme los que me apreciais si me vuelvo un pedazo de carne con ojos a la que hay que explicarle todo. Se me pasará también,



domingo, 19 de febrero de 2012

Niños, a veces no es bueno leer.
Una prestigiosa universidad ha publicado un artículo que a la vez me hace entender el mundo, y a la vez me jode pero bien.
Pues resulta que las personas que usan más su lado izquierdo del cerebro, (analíticas, racionales, matemáticos, lógicos y prácticos), más los hombres por lo general, generan su cuota de oxitocina (hormona del amor y el apego) antes del coito, y después de este, les desciende de 100 a 0 en segundos. En cambio las personas que usan más su lado derecho del cerebro ( artistas, imaginación, sueños, intuición, inteligencia emocional..), más las mujeres por lo general, les empiezan a aumentar los niveles con posterioridad al contacto físico, no necesariamente sexual y tiene una durabilidad mayor el "vertido" en sangre de la hormona. Esto es un mecanismo de especie para que en tiempos agresivos la madre/padre del cachorro humano necesite quedarse con él a protegerlo, y para que en tiempos más civilizados se busque diseminar la semilla lo más posible, desde el desapego. Hasta aquí el estudio de la prestigiosa universidad.

Ahora, me da por pensar ( niños, no lo intenteis en casa, puede ser peligroso), que antes de tratarme con nadie, le abriré la cabeza para ver qué lado del cerebro usa más, eso lo primero. También que según esto, si se diera algún tipo de flechazo, tipo Walt Disney, con algún individuo racional me tendré que aguantar las ganas hasta que vea al contrario petao de oxitocina y enloquecido de síndrome de abstinencia. Hacérselo sufrir, vamos.....generosidad y empatía que te cagas...negación de los propios deseos al clásico estilo de los colegios de monjas...
De verdad, no puedo con la vida. A mí todo esto me pone los pelos como escarpias. Mi sentido Disney dice que en caso de flechazo uno pone toda la carne en el asador, sin dudar, porque está ante un momento único en la vida y hay que ser suficientemente listo para reconocerlo, y suficientemente audaz para escogerlo. Que el amor incluye empatía, generosidad hacia el otro, respeto por su ser único, y desde luego, no entra en mis planes faltar a nadie al respeto manipulándolo como a  burro tras zanahoria.Que somos personas, coño. Que no entiendo insultar la inteligencia y el libre albedrío de la persona a la que amas. ¿Cómo podrías respetarlo, admirarlo, después de haberlo engañado como a un cordero para que entre en el matadero? ¿en base a qué podrías sentirte amada, elegida, sabiendo que es porque le has hecho el lío?
Supongo que esto me escuece porque me siento más identificada con la manera del lado derecho, pero cuando sucede desde el otro lado, tampoco mola nada....llevar colgajos emocionales detrás cuando tú no te identificas con ellos. No sé, ninios. Tal vez lea demasiado.
Yo creo que es todo más sencillo. Que en el fondo solo se trata de un si o un no, y tan sólo importa el pie que estás poniendo detrás del otro, no de la vista en el final del camino, que nunca se sabe. Que importa más lo que dice la piel que lo que dice el telediario, que uno siempre sabe en su propia tripa lo que te gusta y lo que no, y que el resto es tontería y ganas de entretenerse haciendo el moñas.
Buenas noches, queridos. Mañana será otro día.
"Si un hombre promete llamarte y no lo hace, no es que lo haya olvidado.Tampoco ha perdido tu número de teléfono ni se ha muerto. Simplemente no quiere llamarte." Ingrid Bergman.

Querida Ingrid, allá donde estés, sólo quería decirte que el concepto lo entendemos todos. Hace años.
 Pero que no es tan fácil desprenderse del trozo de futuro y de corazón correspondiente. Que la revisión del catalogo de incertidumbres (es que le ha dado corte, es por el trabajo, los amigos, que quizá algún día, que si los tránsitos de Marte por Saturno...) anestesia el vértigo y lá pérdida de manera muy convincente.Que siempre llega el día en el que una consigue ser disciplinada y volver la vista al frente, asumiendo que en algún momento se emitió un código erróneo de ser como no se es, y que no tiene vuelta de hoja, que hay que pagar la factura correspondiente.Que uno tiene entre las manos sólo su tiempo, y la decisión de en qué malgastarlo. Resta sólo recuperar la propia huella, y el plan primitivo acerca de nuestras vidas y meriendas.
La canción no podía ser otra:
"Engullo mi ración sin aspavientos..."